Una jungla rítmica se levanta sobre el ladrillo de Ignacio Pérez Joffre sin miedo aparente. Y su falta de miedo asusta, porque nos hace ver las cosas sin tapujos. Es la libérrima pintura de Paula Fraile, haciendo que el cemento tirite y la gente se sienta un poco mejor. Bajo los adoquines está la playa y bajo los anuncios, la selva.
Y no son cosas mías, no. Es el comisario y poeta Agustín de Julián quien llama a la artista bestia y compara su pintura con un frondoso bosque de trazos y colores. Y escribe para ella: «Louis Vauxcelles temía ser devorado, y me nombró, y nombrándome nombró la sed implacable, inextinguible, si no es en el agua pura de los recursos arcaicos. Fauvisme, fauvisme, gritó.» Como un «pastor de belleza», Agustín responde a los requerimientos de los que él llama «sus niños artistas». Hay gente que vive para «los cuatro atributos del Ser platónico» y otros para continuar siempre siendo niños, o bestias, o superhombres.
Provocando con sus brochazos descarados, Paula se encara al mundo haciendo lo que le apetece. Pero qué difícil es saber hacer lo que a uno le apetece. Lo hemos olvidado todos temiendo parecer animalillos. Y al final parece que saber desear por uno mismo es lo más difícil - para controlar nuestros deseos está precisamente hecha la publicidad. «Me evoca una ruptura con lo que está establecido», declara una transeúnte preguntada al azar frente a la valla de Paula Fraile colocada durante el mes de junio. «Tiene que haber de todo», afirma otra señora después de saludar a su vecina que pasa, «publicitario y también de esto, pueden competir los dos, ¿no?», y sonríe. Desde luego, la artista parece saber aportar lo que los viandantes pueden querer. Su experiencia impartiendo talleres murales con niños y participando en festivales como "Derrubando muros con pintura" en Carballo, La Coruña, se hace patente a la hora de generar predisposición en las personas.
Paula ha colaborado con la galería madrileña Columpio, con la asturiana Alfara o el Espacio Oude Bad Huis de Amberes, pero también sale a buscarse la vida en la propia ciudad, proponiendo proyectos a Ayuntamientos y «haciéndose imprescindible». Le interesa cambiar las ciudades, fomentar un sentido del cuidado por las cosas, un arte activo que llegue de forma directa a la gente - o, por lo menos, conectar sus huellas, como hizo el verano pasado al pintar una enorme red enlazando los chicles de las aceras en el proyecto "El rastro involuntario":
Ocho por Tres pretende haberle devuelto por lo menos un poquito de todo lo que ella da a través de su obra y labor educativa, dedicándole un espacio y admirándola - que es una de las muchas intenciones de este proyecto: que se palpe la diversión de cambiar de formato obras que originalmente podían ser lienzos o fotografías analógicas y saborear el efecto, reflejar la fascinación que me producen algunos creadores y rendirles un homenaje de 24 m².